30 de junio de 2012
Sábado de la Duodécima Semana
Durante el Año
Lecturas de
hoy:
Lamentaciones
2, 2.10-14.18-19 / Salmo 73, 1-7. 20-21 No te olvides para siempre de los pobres.
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 8,
5-17
Al entrar en Cafarnaún, se acercó a Jesús un centurión,
rogándole: «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre
terriblemente.» Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo.»
Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que
entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque
cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados
que están a mis órdenes: "Ve", él va, y a otro: "Ven", él
viene; y cuando digo a mi sirviente: "Tienes que hacer esto", él lo
hace.»
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían:
«Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso
les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa
con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos; en cambio, los herederos
del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y
rechinar de dientes.» Y Jesús dijo al centurión: «Ve, y que suceda como has
creído.» Y el sirviente se curó en ese mismo momento.
Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra
de este en cama con fiebre. Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se
levantó y se puso a servirlo.
Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su
palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos, para
que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El tomó
nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades.
Palabra del Señor.
MEDITACION
El libro de las
Lamentaciones (1L), que es uno de los menos conocidos de la Biblia, se le adjudica al
profeta Jeremías, quien lo habría compuesto llorando por Jerusalén después de
una de las trágicas deportaciones de todo el pueblo, que detalla el Salmo de
hoy: « todo lo destruyó el enemigo en el Santuario.
Rugieron tus adversarios en el lugar de tu asamblea, pusieron como señales sus
propios estandartes. Alzaron sus hachas como en la espesura de la selva;
destrozaron de un golpe todos los adornos, los deshicieron con martillos y
machetes; prendieron fuego a tu Santuario, profanaron, hasta arrasarla, la Morada de tu Nombre.». Por eso el tono y el nombre del libro es más
bien pesimista. Sin embargo, el fragmento de hoy nos aporta lo siguiente: « tu desastre es inmenso como el mar: ¿quién te
sanará?» y después «¡Invoca al Señor de corazón, gime, hija de
Sión! ¡Derrama tu corazón como agua ante el rostro del Señor ! ¡Eleva tus manos
hacia él, por la vida de tus niños pequeños, que desfallecen de hambre en todas
las esquinas!»
La respuesta a ese gemido y
a todas las angustias de la humanidad la sabemos: el Señor, quien « pasó
haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio,
porque Dios estaba con él » (Hch
10,38), lo que relata admirado
Mateo este día, pues lo presenta sanando a « todos
los que estaban enfermos »,
aludiendo a un consolador anuncio del profeta Isaías « El tomó
nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades » (53,4).
Me parece importante
resaltar en las palabras del evangelio, que la misericordia de Dios,
manifestada en la vida y misión de Jesús, es para “todos”: para quien tiene « tanta fe » como el centurión; pero
también para quien preocupe a un cercano, como el caso de la suegra de Pedro;
y, de manera incansable, para cada uno de los que le llevaban. Esto se debe a
que el amor de Dios no espera compensación alguna, tampoco nuestra súplica: es
absoluto. Y es absolutamente generoso (cf. Rom 5,7-8). Nadie
lo merece, ni es digno, como muy bien reconoce el soldado.
Corresponde que digamos
junto con el salmista: «¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?» (116,12). El Papa meditando sobre esto, dice: “¿Qué ofreceré, por tanto, al
Señor? No quiere sacrificios ni holocaustos, sino toda mi vida.” (Audiencia 25/05/2005).
¿Merece algo menos?
Señor, también reconocemos
no ser dignos y nos admiramos de todo el bien que nos has hecho. Haz que
nuestra alegría por esto y nuestro agradecimiento se transformen en ofrenda de
vida para quienes están en necesidad, tus hijos, nuestros hermanos. Así sea.
Como Juan,
precursores del Señor de la Paz,
el Amor y la Alegría,
Miguel.