3 de diciembre de 2012
Lunes de la Primera Semana de
Adviento
Lecturas:
Isaías 2, 1-5
/ Salmo 121, 1-2. 4-9 ¡Vamos con alegría a la Casa del Señor!
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 8, 5-11
Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un
centurión, rogándole: «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y
sufre terriblemente.» Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo.»
Pero el centurión respondió: «Señor, no soy
digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se
sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno
de los soldados que están a mis órdenes: "Ve", él va, y a otro:
"Ven", él viene; y cuando digo a mi sirviente: "Tienes que hacer
esto", él lo hace.»
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los
que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga
tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se
sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Dando los primeros pasos del Adviento,
primavera del alma, ante la perspectiva de que se cumpla la visión de Isaías: «Sucederá al fin de los tiempos que […] Él
nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas […] Él será juez
entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán
arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra
otra ni se adiestrarán más para la guerra» (1L), entonces, en la
espera de esa luminosa venida, nos encontramos con esta palabra que sin duda
todos podemos y debemos hacer nuestra «no
soy digno de que entres en mi casa».
¿Quién puede ser digno de las atenciones
del Eternamente misericordioso, del amable Creador del Universo, del
Todopoderoso lleno de bondad?. Nadie, por cierto. Eso hace más bello, grande y
auténtico su amor por esta criatura humana que no puede retribuirle ni en lo
más mínimo.
Por eso, como propósito para este
tiempo, y, porque no es propio de un seguidor del Maestro esperar de brazos
cruzados, sintámonos invitados a mirar a todos aquellos que pasan por nuestro
lado y hacer propio el canto del salmista: «Por
amor a mis hermanos y amigos, diré: “La paz esté contigo”. Por amor a la Casa
del Señor, nuestro Dios, buscaré tu felicidad» (Sal).
No somos dignos, y, sin embargo, nos das
todo. Gracias, Señor
Ven pronto,
Señor de la Paz, el Amor y la Alegría,
Miguel.
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