29 de diciembre de 2012
Día 5º de la octava de Navidad
Lecturas:
I Juan 2, 3-11
/ Salmo 95, 1-3. 5b-6 ¡Alégrese el cielo y exulte la tierra!
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 22-35
Cuando llegó el día fijado por la Ley de
Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al
Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al
Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de
paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado
Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu
Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías
del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres
de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor
muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que
preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones
paganas y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo
que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre:
«Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo
de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se
manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Siempre este texto me hace pensar en las
actitudes, los gestos, la devoción que trasuntaba esa familia, tanto que, entre
las muchas otras que habría ese día en el Templo y sin decir palabra alguna,
atrajeron la mirada profética de Simeón, de tal manera que en ese niño éste dice haber «visto la salvación que preparaste delante
de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu
pueblo Israel».
Una vez más, la acción es superior a la
palabra; ser es más importante que parecer…
Jesús, que es esa luz (cf Jn 8,12) y que espera de nosotros que seamos, a nuestra vez luz del mundo (Mt 5,14), quiere que iluminemos con nuestro actuar: «el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas,
sin saber a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido» (1L), ya que sólo «en su presencia hay
esplendor y majestad» (Sal) y lejos de esa
presencia, o del amor en otras palabras, sólo se encuentra la oscuridad del
egoísmo, las ambiciones, el desprecio del otro…
Que nuestras acciones, que nuestro amor,
ilumine a los demás, como reflejo de la luz del amor que has puesto en
nosotros, Señor. Así sea.
Expectantes
ante la llegada del Dios de la Paz, el Amor y la Alegría,
Miguel.
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