14 de octubre de 2012
Vigésimo Octavo Domingo Durante el Año
PREPAREMOS EL
PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Lecturas:
Sabiduría
7, 7-11 / Salmo 89, 12-17 Señor, sácianos con tu amor. / Hebreos 4, 12-13
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según
san Marcos 10, 17-27
Jesús se puso en camino. Un hombre corrió hacia Él y,
arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?»
Jesús le dijo:
«¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No
matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no
perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre».
El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo
he cumplido desde mi juventud».
Jesús lo miró con
amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los
pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme».
Él, al oír estas
palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús,
mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos
entrar en el Reino de Dios!»
Los discípulos se
sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos,
¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase
por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios».
Los discípulos se
asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: «Entonces, ¿quién podrá
salvarse?»
Jesús, fijando en
ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios,
porque para Él todo es posible»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Jesús «discierne
los pensamientos y las intenciones del corazón» (2L), por eso logra captar en la persona que
se le acerca un vacío que no ha logrado llenar con su riqueza. Más aún, según
su diagnóstico es ésta precisamente la que le ha impedido sentirse pleno,
aunque haya intentado vivir piadosamente: «todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Por eso
le propone tener «por nada las riquezas
en comparación» con la sabiduría del Reino (1L),
invitándolo a despojarse valiente y radicalmente de aquello que le quita
libertad para amar, aceptando que «el Señor,
nuestro Dios» es el único y nadie –ni nada- más quien consigue hacer «prosperar la obra de nuestras manos» (Sal).
«¿Quién podrá salvarse?» se
preguntaban los discípulos. Y la respuesta fue –y sigue siendo-: «Para los hombres es imposible, pero no para
Dios, porque para Él todo es posible». Es que la salvación (o el Reino, en
lenguaje de Cristo; o la felicidad en nuestro lenguaje actual) no nace de una
construcción humana. De hecho, históricamente, se han intentado muchas
experiencias y edificado distintos tipos de sociedades y nunca se ha logrado.
Para los ricos –es decir, quienes han puesto su
confianza y su seguridad en los bienes materiales, en primer y casi único
lugar- acostumbrados de tal manera a acumular, la vida plena se “gana” o se
“hereda” como algo más que se adquiere, por eso les será difícil «entrar en el Reino de Dios». Para tener
alguna oportunidad, la invitación, desde su mirada de amor es: «ve, vende lo que tienes y dalo a los
pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». Es
decir, vuelve sobre tus pasos y revisa qué te provocó esa inquietud que te
llevó a correr y pedir de rodillas ayuda al Señor, deshazte de lo que te hizo
mal y luego, síguelo o haz lo que Él te diga (cf Jn 2,5), porque el Padre quiere que le
escuches (Mc 9,7).
Su llamado para todos es que hay que liberarse de los
lastres que cada cual tiene. En el caso del relato evangélico, las riquezas, en
el nuestro debemos descubrir qué es lo que ha conquistado nuestro corazón (cf Mt 6,21) y no nos permite
adorar a Dios (Lc
16,13) como Él espera y como nosotros mismos quisiéramos, pero
algo en nuestro interior nos hace notar que tenemos una contradicción interna (Rm 7,19). Si
queremos cambiar eso se abre la ventana a la acción del Espíritu Santo y de a
poco nos atreveremos a seguir al Maestro por el camino de la compasión con los
sufrimientos de los hermanos (Mc 6,34), llorando con los que lloran (Rm 12,15) y luego sirviéndolos en sus
necesidades, a ejemplo suyo (cf Mt 11,5).
Sólo así se puede llegar a escuchar la bienvenida: «Vengan,
benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado
desde el comienzo del mundo» (Mt 25,34).
«Ten compasión de tus
servidores. Sácianos en seguida con tu amor» (Sal), de manera de que éste nos inspire y
nos lleve a imitarte, para ir descubriendo la alegría del Reino, desde hoy y
hasta el momento en que lo veamos realizarse en plenitud, si así es tu
voluntad. Amén.
En busca de
liberarse de lo que impide seguirlo hacia el Reino de Paz, Amor y Alegría,
Miguel.
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