11 de octubre de 2012
Jueves de la Vigésimo Séptima Semana
Durante el Año
Beato Juan XXIII, papa
Lecturas:
Gálatas
3, 1-5 / Salmo Lc 1, 69-75 ¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque visitó a su pueblo!
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según
san Lucas 11, 5-13
Jesús dijo a sus discípulos:
«Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a
él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de
mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle", y desde adentro
él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis
hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos."
Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por
ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo
necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y
encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca,
encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra
cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una
serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus
hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se
lo pidan!»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Hoy hace exactamente 50 años que se pudo exclamar «¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque visitó a su pueblo!» (Sal), debido a que en esa fecha se inauguró
uno de los acontecimientos que marcarían la historia del siglo pasado y, por
cierto, mucho más la trayectoria de nuestra Iglesia: el Concilio Vaticano II,
inspiración de Juan XXIII, a quien celebra como beato la Iglesia este día también.
Se constataba por entonces que “el género humano,
admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con
frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre
el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus
esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de
la humanidad. El Concilio, testigo y expositor de la fe de todo el Pueblo de
Dios congregado por Cristo, no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y
amor a toda la familia humana que la de dialogar con ella acerca de todos estos
problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género
humano el poder salvador que la
Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, ha recibido de su
Fundador” (Constitución Pastoral GAUDIUM ET SPES, N° 3).
Esto entre otras muchas motivaciones y desafíos que
le presentaban “los signos de los tiempos” a nuestra Iglesia, además de la
intuición de que «Aquel que les prodiga
el Espíritu y está obrando milagros entre ustedes» (1L) creía necesario que “se abriesen las
ventanas de la Iglesia”
para que entre poderosamente y dar «el
Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan», «porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama,
se le abre».
Pero las preguntas y cuestionamientos del género
humano siguen surgiendo, y seguirán apareciendo otras nuevas, por lo que la
misión de “aclarárselas a la luz del Evangelio” debiese ser permanente. Y no de
los padres conciliares solamente, sino de cada cristiano, que comparte “la fe
de todo el Pueblo de Dios congregado por Cristo”. Para eso, como una forma de
mostrar la “solidaridad, respeto y amor” por nuestros hermanos, los hombres y
mujeres de nuestro tiempo, es preciso prepararse y formarse.
Señor, que por medio del bautismo nos consagraste
como sacerdotes, profetas y reyes de tu Reino, sigue fortaleciendo las
capacidades que has puesto en nosotros, para que demos razón de nuestra fe y,
así, sirvamos en tu nombre a la comunidad humana. Así sea.
Tratando de
vencer la dureza de corazón para acoger su plan original de Paz, Amor y Alegría,
Miguel.
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