06 de octubre de 2012
Sábado de la Vigésimo Sexta
Semana Durante el Año
Lecturas de
hoy:
Job 42, 1-3. 5-6. 12-17 / Salmo 118, 66. 71. 75. 91. 125. 130 Señor, que brille sobre mí la luz de tu
rostro.
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según
san Lucas 10, 17-24
Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre.»
El les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer
todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin
embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus
nombres estén escritos en el cielo.»
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el
Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por
haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a
los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi
Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es
el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a
ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que
muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo
que ustedes oyen y no lo oyeron!»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Ayer hablábamos de la sensibilidad y compasión del
Señor por aquellos que se pierden. Hace unos días mencionábamos su valentía y
decisión para enfrentar su inminente final. Hoy Lucas nos cuenta que «Jesús se estremeció de gozo».
En los principios del cristianismo existía una
corriente conocida como “docetismo” que enseñaba que su humanidad era aparente
en él, porque aunque parece que come o se cansa o camina, en realidad su
divinidad hacía que todo esto fuese innecesario. Con el tiempo se ha
considerado una herejía o grave error ésta mirada. Era peligrosa esta visión,
porque se pierde toda la gracia de saber que el mismo Dios («nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el
Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» y el Padre es el «Señor del
cielo y de la tierra») nos acompaña en
todas nuestras experiencias humanas, porque, si bien Jesús procede del Padre,
se manifestó en nuestra carne humana (1 Jn 4,2).
Gracias a eso, de él podemos aprender a progresar «en
sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres» (Lc 2,52), porque cuando nos
dice que seamos servidores (Mc 9,35), él sirvió (Mc 4,23-24); o que trabajemos por el Reino (Mt 6,33), ése fue su tema
predilecto (Mc 1,15); si dice que «debe
brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que
ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo» (Mt 5,16), eso mismo hacía él (Jn 7,18). Todo lo anterior,
sin dejar de sentir hambre (Mt 4,2) y sed (Jn 19,28), fatigarse (Jn 4,6) y angustiarse (Hb 5,7). Y esto debía ser
así, porque «por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento,
él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba» (Hb 2,18).
Nos hace bien recordar la radical humanidad del Hijo
de Dios (cf Jn 19,5).
Te damos gracias, Señor, porque en todo has querido
estar cerca de nosotros. Haz que nosotros podamos crecer en humanidad, que
sepamos estar cerca de todos, especialmente de los que sufren, para parecernos
cada vez más a Ti. Amén.
Trabajando para
lograr la unidad que consiga que el mundo crea en Su Paz, Amor y Alegría,
Miguel.
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