19 de octubre de 2012
Viernes de la Vigésimo Octava Semana Durante el
Año
Lecturas:
Efesios
1, 11-14 / Salmo 32, 1-2. 4-5. 12-13 ¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como
herencia!
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según
san Lucas 12, 1-7
Se reunieron miles de personas, hasta el punto de
atropellarse unos a otros. Jesús comenzó a decir, dirigiéndose primero a sus
discípulos: «Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. No
hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser
conocido. Por eso, todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad, será
escuchado en pleno día; y lo que han hablado al oído, en las habitaciones más
ocultas, será proclamado desde lo alto de las casas.
A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el
cuerpo y después no pueden hacer nada más. Yo les indicaré a quién deben temer:
teman a aquel que, después de matar, tiene el poder de arrojar a la Gehena. Sí,
les repito, teman a ese.
¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin
embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos. Ustedes tienen contados todos sus
cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Los bautizados hemos «sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido» (1L), lo que significa que somos de su
propiedad, tanto que Él mismo hace morada en nosotros (1 Co 3,16-17; 2 Co 6,16).
Habitados por el mismo Dios, entonces, debe resaltar
en nosotros la imagen y semejanza suya. De tal manera que si «él obra siempre con lealtad; él ama la
justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor» (Sal), similar debe ser nuestro actuar.
Ser leales, ¿a quién? A Dios, que es fiel con
nosotros (cf 1 Tes 5,24) y a los hombres y
mujeres, nuestros hermanos, haciendo concreto nuestro amor por la justicia y el
derecho, corrigiendo nuestras faltas al respecto, pero también trabajando para
que estos valores resplandezcan en nuestra sociedad, porque así nuestro mundo
se llena de su amor.
Claro que, quien vive de esa manera, debe sufrir
persecución de parte de los injustos y los que, por conveniencia personal
tuercen el derecho a su favor, tal como le sucedió a nuestro propio Señor y
modelo, pero Él mismo nos alienta: «No teman a los que matan el cuerpo y después no
pueden hacer nada más», lo que nos recuerda
que nuestra alma es eterna.
Pero, a la vez, el Maestro nos hace una advertencia:
«[en cambio] teman a aquel que, después
de matar, tiene el poder de arrojar a la Gehena» (lo contrario al Reino).
¿Quién tiene ese poder, que hay que temerlo? Antes de responderlo, recordemos
una reflexión de Santa Teresa Benedicta de la Cruz: “La misteriosa grandeza de la libertad
personal, estriba en que Dios mismo se detiene ante ella y la respeta. Dios no
quiere ejercer su dominio sobre los espíritus creados, sino como una concesión
que estos les hacen por amor. Ahora bien, si Dios omnipotente actúa así, es
decir, sujetando su designio inmutable -creador- a la libre voluntad del ser
humano, eso significa que la libertad es algo muy serio”. Es decir, como somos
libres, somos nosotros mismos quienes nos auto arrojamos a la Gehena o nos auto
expulsamos del Reino, como también meditábamos el lunes pasado. ¿De qué manera
hacemos esto?. Cuando no aceptamos las motivaciones del Espíritu que habita en
nosotros: «Si antes entregaron sus miembros, haciéndolos esclavos de la
impureza y del desorden hasta llegar a sus excesos, pónganlos ahora al servicio
de la justicia para alcanzar la santidad» (Rm 6,19)
Permite, Señor, que nuestra dureza de corazón no
bloquee las mociones de tu Espíritu en nosotros, para que nuestra forma de
vivir manifieste a nuestros hermanos todo tu amor por ellos. Así sea.
En busca de
liberarse de lo que impide seguirlo hacia el Reino de Paz, Amor y Alegría,
Miguel.
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