14 de septiembre de 2012
Viernes de la Vigésimo Tercera
Semana Durante el Año
Lecturas de
hoy:
I Corintios
9, 16-19. 22-27 / Salmo 83, 3-6. 12 Mi alma se consume de deseos por los atrios
del Señor.
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6,
37-42
Jesús dijo a sus discípulos:
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán
condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre
el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida
con que ustedes midan también se usará para ustedes". Les hizo también
esta comparación: "¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos
en un pozo? El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue
a ser perfecto, será como su maestro. ¿Por qué miras la paja que hay en el ojo
de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu
hermano: 'Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo', tú, que no ves la viga
que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces
verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Jesús, gran conocedor del alma humana, retrata a los
de su tiempo, a sus antepasados y a todos los que venimos después. Porque
¿quién, aparte de Él –que no lo hará- puede arrojar la primera piedra en esto? (cf Jn 8,7). Claro, porque somos
así. ¡Qué facilidad la nuestra para
juzgar, condenar y no perdonar! ¡Qué natural nos sale mirar la paja en el ojo
del hermano con la vista distorsionada por la viga que tenemos en el propio!.
Un ejemplo. Veamos este “curriculum”: Un fariseo (Hch 26,5), aventajado en «exceso
de celo por las tradiciones paternas» del judaísmo (Gal 1,14), cómplice de la
muerte del primer mártir cristiano (Hch 7,58; 8,1); y posteriormente, perseguidor y
arrasador de la Iglesia
(Gal 1,13; Hch 8,3). O sea, según
nuestras pautas de evaluación, ninguna posibilidad de ser considerado entre
“los nuestros”. Ni aunque después se arrepintiera, diciendo: «soy el último de
los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya que he perseguido
a la Iglesia
de Dios» (1 Co 15,9), porque
sospecharíamos siempre de él.
Sin embargo, nuestros criterios no son los de Dios (cf. Mc 8,33), quien supo ver en su
alma una búsqueda sincera de Dios, de tal manera que Saulo-Pablo –porque de él
hablamos- después decía: «Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque me ha
fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio a
pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores. Pero fui
tratado con misericordia, porque cuando no tenía fe, actuaba así por ignorancia»
(1 Tim 2,12-13).
Y se convirtió en uno de los más grandes, sino el
más importante de quienes lucharon por difundir la fe en los comienzos, al
punto que exclamaba: «Si anuncio el
Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa.
¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1L). Con lo que nos enseñó, además, que «el Señor es sol y escudo; el Señor da la gracia y la gloria, y no niega
sus bienes a los que proceden con rectitud.» (Sal).
Nosotros no juzguemos, pero sí valoremos los buenos
frutos de los otros, a la vez de trabajar honestamente por el Reino como el
gran Apóstol.
Encuéntranos y bótanos del caballo de la soberbia,
de la crítica infundada, del fanatismo y haznos tus instrumentos, Señor, en el
anuncio por la vida y la palabra de tu buena noticia del amor. Así sea.
Destrabando la
lengua para anunciar lo que hemos oído de la Paz, Amor y Alegría del Reino,
Miguel.
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