18 de septiembre de 2012
Martes de la Vigésimo Cuarta
Semana Durante el Año
Lecturas de
hoy:
I Corintios
12, 12-14. 27-31 / Salmo 99, 1-5 Nosotros somos su pueblo y
ovejas de su rebaño.
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 7,
11-17
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de
sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la
puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y
mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo:
«No llores.» Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se
detuvieron y Jesús dijo: «Joven, yo te lo ordeno, levántate.»
El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo
entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios,
diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado
a su Pueblo.»
El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por
toda la Judea y
en toda la región vecina.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Aprovechemos el ambiente de este día de la fiesta de
la Independencia
de nuestro país para soñar cómo nos gustaría que fuese la convivencia entre
quienes lo formamos: que seamos como el cuerpo humano, que «tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a
pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo» (1L).
Por cierto, para que ese ideal se acerque a la
realidad, los cristianos, confiados en que somos hijos de Dios y «él nos hizo y a él pertenecemos; somos su
pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal), debemos hacer nuestro importante aporte.
Entonces, teniendo presente que «el Reino de Dios no
es cuestión de comida o de bebida, sino de justicia, de paz y de gozo en el
Espíritu Santo» (Rm 14,17; Gal 5,22), además que son «felices los que tienen hambre y
sed de justicia, porque serán saciados» (Mt 5,6; cf 1 Tim 6,11), en medio de
los conflictos que son naturales en toda sociedad humana, los discípulos
debemos ser constructores de paz (Mt 5,9; cf Rm 12,17-18), la que es
consecuencia de la justicia (Stg 3,18), y como es deber de los seguidores de Cristo «que
nadie busque su propio interés, sino el de los demás» (1 Co 10,24), en el tema pilar de
la justicia social, nos corresponde ser honestos con el salario de los
trabajadores, cuando nos corresponda, pero también buscar y ser promotores de
la equidad en las relaciones en el país (Stg 5,4; cf Lv 19,5).
Si actuamos de ese modo, nuestros compatriotas
también sentirán que «Dios ha visitado a
su Pueblo».
Y, a propósito de sueños para nuestro país,
recordemos fragmentos de la carta “Mi Sueño de Chile”, del recordado Cardenal
Silva Henríquez:
“Mi deseo es que en Chile el hombre y la mujer sean
respetados. Quiero que en mi país todos vivan con dignidad. Quiero que en Chile
no haya más miseria para los pobres. Que cada niño tenga una escuela donde estudiar.
Que los enfermos puedan acceder fácilmente a la salud. Que cada jefe de hogar
tenga un trabajo estable y que le permita alimentar a su familia. Y que cada
familia pueda habitar en una casa digna donde pueda reunirse a comer, a jugar y
a amarse entrañablemente. Quiero un país donde reine la solidaridad. No es
necesario que los terremotos solamente vengan a unir a los chilenos. Creo que
quienes poseen más riquezas deben apoyar y ayudar a quienes menos poseen. Creo
que los más fuertes no pueden desentenderse de los más débiles. Y que los más
sabios deben responsabilizarse de los que permanecen en la ignorancia. La
solidaridad es un imperativo urgente para nosotros. Chile debe desterrar los
egoísmos y ambiciones para convertirse en una patria solidaria. Quiero un país
donde se pueda vivir el amor. Nada sacamos con mejorar los índices económicos o
con levantar grandes industrias y edificios, si no crecemos en nuestra
capacidad de amar. Los jóvenes no nos perdonarían esa falta. Y por último,
quiero para mi patria lo más sagrado que yo pueda decir: que vuelva su mirada
hacia el Señor. Un país fraterno sólo es posible cuando se reconoce la paternidad
bondadosa de nuestro Dios. Quiero que mi patria escuche la Buena Noticia del
evangelio de Jesucristo, que tanto consuelo y esperanza trae para todos. Este
es mi sueño para Chile y creo que con la ayuda de María, ese sueño es posible
convertirlo en realidad.” (Raúl Silva Henríquez, 19/11/1991)
Poniendo la fe
en el Mesías que debe pasar por la cruz para llevarnos a la Paz, el Amor y la Alegría del Reino,
Miguel.
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