21 de septiembre de 2012
San Mateo
Lecturas de
hoy:
Efesios
4, 1-7. 11-13 / Salmo 18, 2-5 Resuena su eco por toda la
tierra.
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9,
9-13
Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la
mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» El se levantó y lo
siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos
publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver
esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con
publicanos y pecadores?»
Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que
tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa:
Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Toda potencia invasora de otro país hace sentir su
poder sobre éste de distintas formas. Una de las más clásicas y más rechazadas
era la imposición de impuestos. Pero en el caso del pueblo judío era más
humillante por su autoconcepción de único pueblo del Dios Único, al que
obligaban a pagar tributo –por lo tanto, ayudar a financiar- a Roma, la nación
pagana.
Entonces, un miembro de ese mismo pueblo que se
prestara para cumplir con aquella detestable función, era considerado un
traidor a las tradiciones más sagradas. Pero, además, al recaudador de
impuestos se lo despreciaba por otras dos razones: se hacía “impuro” por
manipular la moneda infiel del imperio que, como si fuera poco, tenía una
sacrílega imagen del emperador (Mt 22,19-21); y, lo que era más mundanamente grave, en el
desarrollo de su función y, tal vez como desquite por el trato recibido, solían
ser prepotentes y hasta ladrones.
Todo ese peso de prejuicios tenía encima el pobre
Mateo o Leví (Mc 2,14). Pero Jesús vio algo
más en él y, como fue enviado no «a llamar a los justos, sino a los pecadores», lo invitó a seguirlo. Su reacción
demuestra que el Maestro estaba en lo correcto: «El se levantó y lo siguió», dejando atrás su trabajo y su vida
pasada y comportándose, en adelante «de
una manera digna de la vocación» que había recibido (1L). De esa manera, y con la forma de vivir
de los discípulos fieles del Señor de la Vida, la humanidad puede sentir que «Sin hablar, sin pronunciar palabras, sin
que se escuche su voz, resuena su eco por toda la tierra y su lenguaje, hasta
los confines del mundo» (Sal).
Danos, Señor, la humildad, mansedumbre y paciencia
que necesitamos para soportarnos mutuamente por amor, como nos pide tu Apóstol,
aprendiendo a acoger al ser humano que hay detrás de cualquiera que sea la
actividad que desempeñe. Así sea.
Poniendo la fe
en el Mesías que debe pasar por la cruz para llevarnos a la Paz, el Amor y la Alegría del Reino,
Miguel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario