5 de septiembre de 2012
Miércoles de la Vigésimo Segunda
Semana Durante el Año
Lecturas de
hoy:
I Corintios
3, 1-9 / Salmo 32, 12-15. 20-21 ¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como
herencia!
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 4,
38-44
Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La
suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella.
Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En
seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.
Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de
diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno
de ellos, los curaba. De muchos salían demonios, gritando: «¡Tú eres el Hijo de
Dios!» Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que
era el Mesías.
Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto.
La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para
que no se alejara de ellos. Pero él les dijo: «También a las otras ciudades
debo anunciar la Buena
Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado.»
Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Ayer hablábamos del poder de la palabra de Jesús.
Es llamativa la frase que utiliza hoy cuando la
gente quiere «retenerlo para que no se alejara de ellos», después que había dedicado casi su
tiempo completo para servirlos en necesidades tan concretas como curarlos «de diversas dolencias». En vez de decir: debo seguir
sanando a la gente, Él dice «También a
las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso
he sido enviado». Eso nos enseña que el anuncio, su palabra, está
íntimamente unido a la acción: la
Palabra de Dios es fecunda (Is 55,10-11) y cuando se encarna
(Jn 1,14) se hace servicio, se hace servidor y nosotros, si seguimos ese
ejemplo podemos ser felices (Jn 13,12-17).
Si el día anterior nos preguntábamos el valor de la Palabra para nosotros, hoy
en consecuencia, debiésemos preguntarnos qué nos hace producir esa palabra (cf.
Mc 4,20) y sobre todo, y porque «Él mira
desde su trono a todos los habitantes de la tierra; modela el corazón de cada
uno y conoce a fondo todas sus acciones» (Sal), ¿de qué les sirve a los demás que esa palabra nos haya
llegado?, «porque nosotros somos
cooperadores de Dios» (1L).
Como dice el salmista: «Nuestra alma espera en el Señor; él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Nuestro corazón se regocija en él: nosotros confiamos en su santo Nombre».
Por eso, te pedimos, Dios nuestro, que hagas fructificar tu Palabra en nuestros
corazones, para ser felices, pero sobre todo para contribuir a la felicidad de
nuestros hermanos. Amén.
Con Paz, Amor y
Alegría para entrar en comunión con Dios,
Miguel.
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