7 de agosto de 2012
Martes de la Décimo Octava Semana
Durante el Año
Lecturas de
hoy:
Jeremías
30, 1-2.4. 12-15. 18-22 / Salmo 101, 16-21. 29 y 22-23 El Señor reedificará a Sión y aparecerá
glorioso en medio de ella.
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 14,
22-36
Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los
discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla,
mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a
solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las
olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos,
caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se
asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman.»
Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir
a tu encuentro sobre el agua.»
«Ven», le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó
a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del
viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame.» En
seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de
poca fe, ¿por qué dudaste?»
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que
estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el
Hijo de Dios.»
Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la
gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le
llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los
flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Con términos del Antiguo Testamento, podemos meditar en cuán
misericordioso es nuestro Dios: «Quede
esto escrito para el tiempo futuro y un pueblo renovado alabe al Señor: porque
él se inclinó desde su alto Santuario y miró a la tierra desde el cielo, para
escuchar el lamento de los cautivos y librar a los condenados a muerte.» (Sal). «Así
habla el Señor : Sí, yo cambiaré la suerte de las carpas del Jacob y tendré
compasión de sus moradas; la ciudad será reconstruida sobre sus escombros […].
De allí saldrán cantos de alabanza y risas estridentes. Los multiplicaré y no
disminuirán, los glorificaré y no serán menoscabados. […]. Ustedes serán mi
Pueblo y yo seré su Dios.» (1L)
El cumplimiento de esta Palabra es una persona: «Jesús de
Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio
los milagros, prodigios y signos que todos conocen» (Hch 2,22). Cuando
Pedro pronunció esta sentencia tal vez tendría presente, entre otras, la escena
que relata el evangelio de hoy, recordando que en un momento de falta de
confianza, cuando había dejado de mirar a su Maestro, comenzó a hundirse en sus
miedos.
Es probable que nosotros también, muchas veces, flaqueemos
en la fe, olvidando que todos los que lo hemos tocado hemos sido sanados, en
muchas más oportunidades aún. Y cada vez, ahí estará el Señor, diciéndonos: «Tranquilícense, soy yo; no teman», tendiéndonos
la mano, con una sonrisa en los labios, preguntándonos «¿por qué dudaste?»
Para tener más capacidad de tranquilizarnos reconociéndote y
ser menos hombres y mujeres de poca fe, te pedimos a ti, que eres
verdaderamente el Hijo de Dios, que nos aumentes la fe y nos ayudes a
sostenerla. Porque ésta es un don que sólo proviene de ti. Y por todas las
ocasiones en que nos has auxiliado en cada dificultad, gracias, Señor.
Alimentados del
pan de la Paz, el
Amor y la Alegría,
Miguel.
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