8 de agosto de 2012
Miércoles de la Décimo Octava Semana
Durante el Año
Lecturas de
hoy:
Jeremías
31, 1-7 / Salmo 31, 10-13 El Señor nos cuidará como un pastor a su rebaño.
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 15,
21-28
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón.
Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar:
«¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente
atormentada por un demonio.» Pero él no le respondió nada.
Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor,
atiéndela, porque nos persigue con sus gritos.»
Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas
perdidas del pueblo de Israel.»
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor,
socórreme!»
Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para
tirárselo a los cachorros.»
Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen
las migas que caen de la mesa de sus dueños!»
Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que
se cumpla tu deseo!» Y en ese momento su hija quedó curada.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Jesús había enseñado a un maestro judío que el Espíritu ni
se deja amordazar, ni se limita para llegar adonde debe y a quien debe llegar (Jn 3,8). Tal vez
ese encuentro ocurrió después de la escena que nos presenta hoy el evangelio.
Porque hasta este momento, él entendía restrictivamente palabras como «En aquel tiempo -oráculo del Señor- yo seré
el Dios de todas las familias de Israel y ellos serán mi Pueblo» (1L) y «El que dispersó a Israel lo reunirá, y lo
cuidará como un pastor a su rebaño» (Sal), tanto
como para afirmar «Yo he
sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel»…
Pero hoy vemos que el amor de una madre golpea fuerte a su
corazón compasivo –igual al de su Padre (Sal 103,8)- tanto que logra que su comprensión de hombre se expanda
y le permita incluir en su Reino y su misión a toda la humanidad (cf. 1 Jn 2,2). De
hecho, el próximo Domingo al final del evangelio Jesús proclamará «el pan que
yo daré es mi carne para la Vida
del mundo» (Jn 6,51). También
nos enseña el maestro que no hay que creerse dueños de la verdad y cerrarse a
la opinión de otros, porque su verdad nos ayuda a construir la nuestra.
Y nosotros, ¿restringimos nuestra solidaridad, nuestra
fraternidad, nuestra misión a unos pocos o nos abrimos a todo aquel que la
requiere (cf. Lc 10,37)?
«¡El Señor
ha salvado a su pueblo!», lo sigue salvando y lo salvará siempre, porque su
amor es inmenso y nadie le gana a su amor y misericordia. Porque así ha sido,
así es y así seguirá siendo, gracias, Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario