11 de agosto de 2012
Sábado de la Décimo Octava Semana Durante el
Año
Lecturas de
hoy:
Habacuc
1, 12—2, 4 / Salmo 9, 8-13 No abandonas, Señor, a los que te buscan.
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 17,
14-20
Cuando se reunieron con la multitud se acercó a Jesús un
hombre y, cayendo de rodillas, le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo, que es
epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua.
Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron curar.»
Jesús respondió: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta
cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo
aquí.» Jesús increpó al demonio, y este salió del niño, que desde aquel
momento, quedó curado.
Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le
preguntaron en privado: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?»
«Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si
tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña:
"Trasládate de aquí a allá", y la montaña se trasladaría; y nada
sería imposible para ustedes.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
¡Qué triste puede ser nuestra naturaleza!.
Dice una canción popular “El hombre es una flecha dirigida
al corazón del cielo” (Eduardo Peralta). Es que es bastante evidente que
estamos hechos para la trascendencia; para el más allá; en palabras de San
Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta
que descanse en ti”.
Sin embargo, tenemos poca fe, en nuestra naturaleza está el
permitirnos dudar. No movemos, por cierto, ninguna montaña, ni siquiera somos
capaces de remecer la roca dura de nuestro corazón (Ez 36,26). Y eso
que somos “dioses” e hijos de Dios (Sal 82,6; Gal 3,26; 4,7); somos
hermanos de Jesús (Mt 12,50); y el Espíritu Santo habita en nosotros (1 Co
3,16).
¿Qué demonios deberíamos poder expulsar, entonces? Los del
egoísmo, la injusticia, la insolidaridad (Sal 82,3), porque «el que no tiene el alma recta, sucumbirá,
pero el justo vivirá por su fidelidad» (1L) y Dios «se acuerda de los pobres y no olvida su
clamor» (Sal).
«Porque tú
no abandonas a los que te buscan» (Sal), no
dejemos de ser buscadores del Señor, buscadores de crecer en la fe y buscadores
de la fuerza para realizar lo que Él espera de nosotros y que a nosotros
también nos gustaría poder hacer, porque está inscrito en nuestra alma.
Con el mismo Agustín, oremos: “¡Tarde te amé, hermosura tan
antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo
fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas
hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo.
Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían.
Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y
fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de
ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y abraséme en tu paz”. Amén.
Alimentados del
pan de la Paz, el
Amor y la Alegría,
Miguel.
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