4 de agosto de 2012
Sábado de la Décimo Séptima Semana
Durante el Año
SAN JUAN MARIA VIANNEY, EL “SANTO
CURA DE ARS”
Lecturas
de hoy:
Jeremías 26, 11-15.24
/ Salmo 68, 15-16.30-31.33-34
Respóndeme, Dios mío, en el tiempo de
gracia.
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según
san Mateo 14, 1-12
La fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca
Herodes, y él dijo a sus allegados: «Este es Juan el Bautista; ha resucitado de
entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos.»
Herodes, en efecto, había hecho arrestar,
encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano
Felipe, porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla.» Herodes quería
matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un profeta.
El día en que Herodes festejaba su
cumpleaños, la hija de Herodías bailó en público, y le agradó tanto a Herodes
que prometió bajo juramento darle lo que pidiera.
Instigada por su madre, ella dijo: «Tráeme
aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.»
El rey se entristeció, pero a causa de su
juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a
Juan en la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la
joven, y esta la presentó a su madre. Los discípulos de Juan recogieron el
cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Ayer hablábamos de las consecuencias que tiene para
el hombre de Dios proclamar la verdad. El episodio que nos relata el evangelio
de hoy es tal vez el más dramático del Nuevo Testamento. Pero el Bautista, así
como Jeremías en la primera lectura, son también ejemplo de cómo la forma de
enfrentar la persecución puede provocar efectos en los demás y, por extensión, ser
también un aporte para el desarrollo del Plan de Dios.
El profeta del Antiguo Testamento, ante su condena a
muerte responde sereno: «El Señor es el
que me envió a profetizar contra esta Casa y contra esta ciudad todas las
palabras que ustedes han oído. […] En cuanto a mí, hagan conmigo lo que les
parezca bueno y justo. Pero sepan que si ustedes me hacen morir, arrojan sangre
inocente sobre ustedes mismos, sobre esta ciudad y sobre sus habitantes. Porque
verdaderamente el Señor me ha enviado a ustedes para decirles todas estas
palabras.» (1L), lo que provoca que finalmente crean en la palabra
que les había anunciado.
Juan, como sabemos, terminó martirizado por no dejar
de decir lo que creía necesario señalar. Su testimonio remeció a su propio
ejecutor, quedó como ejemplo para sus discípulos que después lo serían del
Señor, e incluso, influyó y admiró al mismo Maestro.
Y, por último, el mismo Nazareno, con su Palabra y
su forma de morir fue y sigue siendo ejemplo para muchos, hasta el punto de cambiarles
la vida, tanto como para asumir la muerte si es necesario por Él, como también
es evidente
Seamos conscientes, entonces, del hecho que ser
cristianos –en serio, no sólo de nombre- trae consecuencias y que, si las
aceptamos con amor valiente, nuestra actitud también puede servir para mayor
gloria de Dios.
Hagamos nuestra esta bella oración del Patrono de
nuestra Parroquia, san Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, a quien la
Iglesia celebra hoy:
Te amo, Oh mi Dios. Mi único deseo es amarte hasta
el último suspiro de mi vida. Te amo, Oh infinitamente amoroso Dios, y prefiero
morir amándote que vivir un instante sin Ti. Oh mi Dios, si mi lengua no puede
decir cada instante que te amo, por lo menos quiero que mi corazón lo repita
cada vez que respiro. Te suplico que mientras más cerca estés de mi hora final
aumentes y perfecciones mi amor por Ti. Amén.
Buscando
multiplicar solidariamente el pan de la
Paz , el Amor y la Alegría,
Miguel.
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