24 de agosto de 2012
Viernes de la Vigésima Semana
Durante el Año
San Bartolomé apóstol
Lecturas de
hoy:
Apocalipsis
21, 9-14 / Salmo 144, 10-13. 17-18 Que tus santos, Señor, manifiesten la gloria
de tu reino.
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1,
45-51
Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel
de quien se habla en la Ley
de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret.»
Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo bueno de
Nazaret?»
«Ven y verás», le dijo Felipe.
Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero
israelita, un hombre sin doblez.»
«¿De dónde me conoces?», le preguntó Natanael.
Jesús le respondió: «Yo te vi antes que Felipe te llamara,
cuando estabas debajo de la higuera.»
Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú
eres el Rey de Israel.»
Jesús continuó: «Porque te dije: "Te vi debajo de la
higuera", crees. Verás cosas más grandes todavía.»
Y agregó: «Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los
ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Hoy la
Iglesia celebra al apóstol Bartolomé (=hijo de
Talmay), a quien se identifica con Natanael (=Dios ha
dado), porque en este relato es colocado junto a Felipe, es decir, en el
puesto que tiene Bartolomé en las listas de los Doce según los demás evangelistas.
Dejémonos guiar por el Papa (Audiencia del 4 octubre
2006, fragmentos) en la meditación de este evangelio:
La afirmación “«¿Acaso
puede salir algo bueno de Nazaret?» nos permite ver que, según las
expectativas judías, el Mesías no podía proceder de un pueblo tan oscuro, como
era el caso de Nazaret. Al mismo tiempo, sin embargo, muestra la libertad de
Dios, que sorprende nuestras expectativas, manifestándose precisamente allí
donde no nos lo esperamos. El caso de Natanael nos sugiere otra reflexión: en
nuestra relación con Jesús, no tenemos que contentarnos sólo con las palabras.
Felipe, en su respuesta, presenta a Natanael una invitación significativa: «Ven y verás». Nuestro conocimiento de
Jesús tiene necesidad sobre todo de una experiencia viva: el testimonio de otra
persona es ciertamente importante, pues normalmente toda nuestra vida cristiana
comienza con el anuncio que nos llega por obra de uno o de varios testigos.
Pero nosotros mismos tenemos que quedar involucrados personalmente en una
relación íntima y profunda con Jesús.
El evangelista nos dice que, cuando Jesús ve que Natanael se
acerca hace un elogio que recuerda al texto de un Salmo: «Dichoso el hombre […]
en cuyo espíritu no hay fraude» (Salmo 32,2).
Lo que más cuenta en la narración de Juan es la confesión de
fe que al final profesa Natanael de manera límpida: «Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.». Si bien
no alcanza la intensidad de la confesión de Tomás con la que concluye el
Evangelio de Juan: «¡Señor mío y Dios mío!» (Juan 20,28), la
confesión de Natanael tiene la función de abrir el terreno al cuarto Evangelio.
En ésta se ofrece un primer e importante paso en el camino de adhesión a
Cristo. Las palabras de Natanael presentan un doble y complementario aspecto de
la identidad de Jesús: es reconocido tanto por su relación especial con Dios
Padre, del que es Hijo unigénito, como por su relación con el pueblo de Israel,
de quien es llamado rey, atribución propia del Mesías esperado.
Nunca tenemos que perder de vista ninguno de estos dos
elementos, pues si proclamamos sólo la dimensión celestial de Jesús corremos el
riesgo de hacer de Él un ser etéreo y evanescente, mientras que si sólo
reconocemos su papel concreto en la historia, corremos el riesgo de descuidar
su dimensión divina, que constituye su calificación propia”.
Gracias, Señor por los doce cimientos con los nombres de los
Apóstoles del Cordero, fundamentos humanos de tu Iglesia, que ayudan para que
se cumpla que tu reino eterno y tu dominio permanezcan para siempre. Amén.
Alimentados del
Pan de Vida llenamos nuestra Paz, Amor y Alegría de la sabiduría del Reino,
Miguel.
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