17 de julio de 2012
Martes de la Décimo Quinta Semana
Durante el Año
Lecturas de
hoy:
Isaías
7, 1-9 / Salmo 47, 2-8 Dios afianzó para siempre su Ciudad.
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11,
20-24
Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había
realizado más milagros, porque no se habían convertido. «¡Ay de ti, Corozaín!
¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se
hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido,
poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza. Yo les aseguro que, en el día del
Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. Y tú,
Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada
hasta el infierno. Porque si los milagros realizados en ti se hubieran hecho en
Sodoma, esa ciudad aún existiría. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, la
tierra de Sodoma será tratada menos rigurosamente que tú.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Dios, a través del poeta
sagrado, nos dice: «Ojalá hoy escuchen la voz del Señor: No endurezcan su
corazón» (Sal 94,7-8). Si tomamos en cuenta que estos escritos
tienen un mínimo de 2300 años, podemos percibir la persistencia del Padre en
intentar comunicarse con nosotros y comunicarnos lo bueno que sería para
nosotros volvernos hacia Él (Jl
2,12-13).
Jesús critica a las
ciudades donde más signos divinos había realizado y las compara con aquellas
con más mala reputación del pasado diciéndoles que en ellas la gente habría
recibido con mejor disposición aquellos milagros.
Imposible no sentirse
interpelados ante las portentosas e insistentes maravillas que Dios ha hecho en
nosotros. ¿Quién de nosotros no podría exclamar, como la Virgen: «el Todopoderoso ha
hecho en mí grandes cosas» (Lc
1,49)?. El paso siguiente a ese
reconocimiento esencial es el de preguntarnos «¿Con qué pagaré al Señor todo el
bien que me hizo?» (Sal
116,12). La respuesta que espera
el Señor es que “paguemos” con una conversión efectiva y activa: seguirlo hasta
las últimas consecuencias, como hizo –entre tantos otros ejemplos- la Magdalena «de la que
habían salido siete demonios» (Lc 8,2) y sabemos que las últimas consecuencias llegan
hasta la cruz (Jn 19,25) y siguen más allá (Lc 24,9).
Hagamos nuestra la oración
de un gran arrepentido, el rey David: « Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y
renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni
retires de mí tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, que tu
espíritu generoso me sostenga: yo enseñaré tu camino a los impíos y los
pecadores volverán a ti.» (Sal
50,12-15)
Enviados a ser
testigos de la Paz,
el Amor y la Alegría
de Dios,
Miguel.
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