20 de julio de 2012
Viernes de la Décimo Quinta Semana
Durante el Año
Lecturas de
hoy:
Isaías
38, 1-6.22.7-8.21 / Salmo 38, 10-12.16 Señor, tu has preservado mi vida.
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 12,
1-8
Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como
sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas.
Al ver esto, los fariseos le dijeron: «Mira que tus
discípulos hacen lo que no está permitido en sábado.»
Pero él les respondió: «¿No han leído lo que hizo David,
cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los
panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus
compañeros, sino solamente a los sacerdotes?
¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el
descanso del sábado, sin incurrir en falta?
Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que
el Templo. Si hubieran comprendido lo que significa: Yo quiero misericordia y
no sacrificios, no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es
dueño del sábado.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Toda la historia del cristianismo ha estado
atravesada por la tentación de “vaporizar” la fe, haciéndola demasiado
espiritual, en el sentido de contrario a lo terreno, a las necesidades
materiales, con lo que se consigue hacerla inoperante para el hombre y la mujer
común.
Cuando ayer Jesús decía que quería aliviarnos, su
intención era aligerar nuestra alma del pecado, por cierto, pero también tomar
sobre sí el peso físico de nuestras dolencias y dificultades. Hoy recrimina a
los “expertos” en la Palabra
de Dios por no entender que el sentido profundo de ésta no es la obediencia
ciega a algunas normas, sino aplicar la misericordia divina a la vida
cotidiana. En otras palabras, no importa tanto lo que la ley diga si su
aplicación no sirve al ser humano, para quien ha sido hecha (cf. Mc 2,27).
Al encarnarse en nuestra historia material y
concreta, Cristo divinizó lo humano y humanizó lo divino: no hace distinciones
inútiles al respecto, por eso, cuando se compadece de nuestra humanidad
desorientada le alimenta el espíritu y el cuerpo (Mc 6,34-44).
Y para que esta palabra tenga sentido en el mundo
actual, eso mismo pide y exige de nosotros, sus seguidores: sanar los pecados (Hch 2,38) a la vez
de dar de comer al hambriento, de beber al sediento y visitar y proteger al
desamparado (Mt 25,34-36)
para así recibir la herencia del Señor, quien se apiadó de la enfermedad de
Ezequías cuando éste le recordó «hice lo
que es bueno a tus ojos» (1L), porque «los
que el Señor protege, vivirán, y su espíritu animará todo lo que hay en ellos»
(Sal).
Tu, Señor eres más grande que cualquier templo o
cualquier otra construcción humana y has hecho al hombre mayor que todo lo
creado, por eso nos invitas a la misericordia por sobre los sacrificios.
Auxilia nuestro deseo de serte fieles en esta tarea, para tu mayor gloria y la
felicidad de nuestros hermanos. Amén.
Enviados a ser
testigos de la Paz,
el Amor y la Alegría
de Dios,
Miguel.
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