21 de junio de 2012
Jueves de la Undécima Semana
Durante el Año
Lecturas de
hoy:
Eclesiástico
48, 1-14 / Salmo 96, 1-7 Alégrense,
justos, en el Señor.
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6,
7-15
Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos
creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el
Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que
se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el
cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas,
como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la
tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el
cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco
el Padre los perdonará a ustedes.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Algo previo: si el Padre sabe qué nos falta, antes de
pedirlo, ¿para qué orar?
Primero, porque Él mismo lo quiere así (Fip
4,6-7), ya que « es capaz de hacer infinitamente más de lo que podemos
pedir o pensar » (Ef 3,20; cf. Stgo 5,13-18) y, debido a la experiencia
que tenemos de su amor, podemos tener « plena confianza de que Dios nos
escucha si le pedimos algo conforme a su voluntad. » (1 Jn
5,14; Stgo 4,3). Más aún, para lograr “sintonizar” con esa voluntad, Él
mismo pone a nuestra disposición su Espíritu Santo para que nos auxilie en esta
comunicación (Rom 8,26-27).
En resumen, oramos porque nos conviene, ya que es lo mejor
para nosotros. Pero –no podía ser de
otro modo cuando es algo de Dios- también es un medio para servir a los
hermanos (Ef 6,18).
Habiendo visto su utilidad, rescatemos algo de la forma de
orar que nos propone el Señor, escarbando en el rico tesoro que nos regala en
el fragmento del evangelio de hoy.
Para comenzar, recordemos que oramos, aunque estemos solos,
en espíritu de comunidad, a un Padre que no es “mío”, sino « nuestro », en la esperanza de que las semillas del Reino, de las
que nos habló el Domingo recientemente pasado, darán frutos abundantes, para que
se haga su voluntad, que en la tierra –para ser tan armónica como la del cielo-
significa que venceremos el egoísmo y habrá pan para todos cada día; así como
habrá una comunidad humana reconciliada porque nos perdonaremos unos a otros.
Sin necesitados y en paz, no caeremos en la tentación del materialismo
consumista que es el mal actual que infesta a nuestro mundo, del cual vino a
librarnos el mismo Hijo, quien « en su
vida, hizo prodigios y en su muerte, realizó obras admirables » (1L).
Hoy resucitado es garante de que, poniendo estas palabras en
los labios y sus intenciones en el corazón y tomados de su mano, hacemos
realidad la utopía del Reino de “santidad y gracia, Verdad y Vida, justicia,
amor y paz” (del prefacio de Cristo Rey), con lo que « los cielos proclaman su justicia y todos los pueblos
contemplan su gloria » (Sal).
Padre nuestro, te
pedimos hoy convertir nuestros corazones para que transformemos nuestro mundo
en tu Reino donde se hace tu voluntad de vida plena y bella para todos. Con la
fuerza de tu Espíritu y la guía de nuestro Maestro Jesús, tu Hijo. Que así sea.
Trabajando para
que germinen las semillas de Paz, Amor y Alegría del Reino,
Miguel.
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