22 de mayo de 2012
Martes de la Séptima Semana de
Pascua
Lecturas de
hoy:
Hechos 20, 17-27 / Salmo 67, 10-11. 20-21 ¡Cantad al Señor, reinos de la tierra!
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Juan 17,
1-11
Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo:
«Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el
Hijo te glorifique a ti, ya que le diste autoridad sobre todos los hombres,
para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado. Esta es la Vida eterna: que te conozcan
a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra
que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo
tenía contigo antes que el mundo existiera.
Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para
confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra.
Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque les comuniqué las
palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de
ti, y han creído que tú me enviaste.
Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que
me diste, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en
ellos he sido glorificado. Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él;
y yo vuelvo a ti.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Un santo no es una figura etérea, una figurita en un
altar, sino más bien un modelo de vida. San Pablo, entre muchas otras cosas, es
ejemplo nuestro en asimilarse a su Maestro («ya no vivo yo, sino que Cristo
vive en mí», Gal 2, 20). Las lecturas litúrgicas de hoy los pone en paralelo ante la situación
de enfrentar el futuro: mientras Pablo indica ir «sin saber lo que me sucederá allí», el Señor sabe hacia donde
vuelve, al Padre.
En lo que coinciden es en la conciencia acerca de la
labor realizada: «He servido al Señor con
toda humildad y con muchas lágrimas», afirma el apóstol; y el Señor: «Yo te he glorificado en la tierra, llevando
a cabo la obra que me encomendaste». Ambos fieles a la misión recibida.
Una segunda semejanza es la actitud frente a las
consecuencias inevitables que intuyen venir. Pablo: «poco me importa la vida, mientras pueda cumplir mi carrera y la misión
que recibí del Señor Jesús»; el Maestro: «Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo».
Se asemejan también en la certeza de dar frutos para
la construcción del Reino. Pablo: «no he
omitido nada que pudiera serles útil; les prediqué y les enseñé (…) instando
(…) a convertirse a Dios y a creer en nuestro Señor Jesús». Jesús: «les comuniqué las palabras que tú me diste:
ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me
enviaste».
¿Cómo es posible que un ser humano, un pecador,
pueda tener actitudes como las del Hijo de Dios?. De hecho, el desafío, la
meta, es llegar a ser perfectos como el Padre (cf. Mt 5, 48). ¿Imposible? «Para los
hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible» (Mt 19, 26), teniendo
presente que el Dios-Espíritu Santo “habita en nosotros” (cf. 1 Cor 6, 19), lo podemos
todo (cf. Filip 4, 13). Usemos, entonces, las palabras de otro santo –otro modelo- Agustín: “Dame
lo que me pides y pídeme lo que quieras”, confiados en que «El carga con nosotros día tras día; él es el Dios que nos salva y nos
hace escapar de la muerte» (Sal).
Señor, danos tu mirada, tu ternura, tu sensibilidad,
tu acogida, tu cercanía con el Padre, para asemejarnos a ti, como lo hicieron
nuestros hermanos los Santos. Para tu mayor Gloria, para el mayor bien de los
pequeños a quienes amaste tanto y con quienes te identificaste.
Anunciando a
toda la creación la Buena
Nueva de la Paz,
el Amor y la Alegría,
Miguel.
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