2 de mayo de 2012
Miércoles de la Cuarta Semana de
Pascua
Lecturas de
hoy:
Hechos 12, 24—3, 5 / Salmo Sal 66, 2-3.5-6.8 ¡Que los pueblos te den gracias, Señor!
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Juan 12,
44-50
Jesús exclamó:
«El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel
que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió.
Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que
crea en mí no permanezca en las tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las
cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo.
El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien
lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último
día. Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo
que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras
que digo, las digo como el Padre me lo ordenó.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
“La Palabra de Dios se difundía incesantemente”, leemos en Hechos. Como sabemos, siguió
siendo así por siglos y ya dos milenios hasta llegar a millones de personas,
incluidos nosotros. Y será ese anuncio claro de la voluntad del Padre el
parámetro del juicio “en el último día”. Es como ir al examen de grado con las
preguntas y respuestas conocidas de antemano.
Recordemos cuál es ese
anuncio, esa palabra que hay que cumplir:
1. “Dios amó tanto al
mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera,
sino que tenga Vida eterna” (Jn 3, 16), pero, advierte Jesús, que no hay que temer, porque
“no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo”, como le informó el
Ángel a José “él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1, 21) y lo reafirma Pablo: “porque él quiere
que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4);
2. Había que hacer
llegar al conocimiento de esta verdad a todos, con una opción preferencial por
los marginados, los que en su tiempo eran considerados fuera de la comunidad
elegida: publicanos y pecadores. Es decir, aquellos que nos sabemos necesitados
del amor de Dios, sin tener ningún merecimiento para eso, en contraposición con
los que no necesitan su perdón, porque se sienten perfectos (cf. Lc 18, 9-14), porque “"No son los sanos los que
tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa:
Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores"” (Mt 9, 12-13). Esa es la luz que resplandece disipando
las tinieblas del error y el terror con respecto a la verdadera imagen de Dios
Padre;
3. La misericordia que
Dios quiere como sacrificio auténtico, lo que le ordenó “que debía decir y anunciar” es la respuesta a nuestra inquietud
cuando nos damos cuenta de la magnitud de su amor y nos preguntamos: “¿Con qué
pagaré al Señor todo el bien que me hizo?” (Sal 116, 12). Dice la primera carta de Juan en su
capítulo 4: “si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a
los otros” (v.11), porque “¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el
que no ama a su hermano, a quien ve?” (v. 20). Es lo que quiso dar a entender el Señor cuando se
le preguntó cuál sería el más importante entre la gran cantidad de mandamientos
de su religión. A lo que Jesús, como todo buen judío, recita: “Amarás al Señor,
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu”, pero,
agregó, existe uno que es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (cf. Mt 22, 34-39). Y, para dejar claro que no hay límites
acerca de quién es el prójimo cuenta la parábola del Buen Samaritano, que era
como decir el “enemigo bueno”, donde fue éste y no los hermanos de sangre del
herido quien “se portó como prójimo” del que estaba en necesidad,
transformándose en modelo del que quiera “heredar la vida eterna” (cf. Lc 10,
25-37). Y, para mayor abundamiento, Él mismo se identifica con el necesitado de
amor entre nosotros… (cf. Mt 25, 37-40).
Entonces, cuando hemos logrado aproximarnos al ideal
de amarnos de la misma manera que Jesús-Dios nos ha amado (cf. Jn 13, 34), hemos sido
salvados: nos salvamos del egoísmo que es parte de nuestra naturaleza herida y
que hace tanto daño a nuestra alma, heredando la vida en abundancia (cf. Jn 10, 10), que es la Vida eterna ya en potencia
desde hoy.
Que canten de alegría las naciones, Señor, porque
gobiernas a los pueblos con justicia y guías a los hombres y mujeres que los
forman con tu Palabra y tu luz hacia la
Vida plena y buena en que reine el amor, la fraternidad y la
solidaridad. Gracias, Señor
Paz, Amor y
Alegría para tu día y tu vida.
Miguel.
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