25 de mayo de 2012
Viernes de la Séptima Semana de
Pascua
Lecturas de
hoy:
Hechos 25, 13-21 / Salmo 102, 1-2. 11-12. 19-20 El Señor puso su trono en el cielo.
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21,
15-19
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de
comer, dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?»
Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos.»
Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me
amas?»
Él le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero.»
Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.»
Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me
quieres?»
Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si
lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero.»
Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.
Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas
a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará
y te llevará a donde no quieras.»
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía
glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
El Derecho Romano, que han heredado nuestros
ordenamientos jurídicos, contiene una medida tan básica como no «entregar a un hombre antes de enfrentarlo
con sus acusadores y darle la oportunidad de defenderse » (1L), eso ayudó a
Pablo a no terminar linchado por ahí a manos de sus detractores.
De una manera singular, una vez más, Jesús va más
allá que esa “justicia”, y “enfrenta” a Pedro como su “acusador”, ya que él era
“culpable”, como sabemos, de haberle negado tres veces, pero lo hace para
otorgarle un trato misericordioso: dándole la oportunidad de afirmar la misma
cantidad de veces su cariño por el Maestro. Bella y fina manera para que
lograra reconciliarse consigo y pacificar su corazón, quien estaba llamado a
apacentar al rebaño del Buen Pastor en su nombre.
Cada uno de nosotros puede y debe –recordando cuánto
nos ha perdonado, en nuestros propios casos- cantar: « Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo
Nombre; bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios » (Sal),
porque las bendiciones (los “beneficios”) que hemos recibido de su Amor son
grandes, olvidando cuánto hemos fallado y traicionado el amor a Dios y al
prójimo. Dándonos siempre una nueva oportunidad de intentarlo otra vez, porque « Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por
los que lo temen; cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros
nuestros pecados ».
Señor, con honestidad no podríamos decirte que te
amamos más que otros, pero sí sabemos (y tú mejor que nosotros), que queremos
responder generosamente, más allá de nuestras limitaciones, al amor y la misericordia
con que inmerecidamente cada día nos renuevas. Auxílianos en crecer en esta
tarea. Hoy y siempre. Amén.
Anunciando a
toda la creación la Buena
Nueva de la Paz,
el Amor y la Alegría,
Miguel.
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