9 de abril de 2012
Lunes de la Octava de la Pascua
Lecturas de hoy:
Hechos 2, 14.22-32 / Salmo Sal 15, 1-2a.5.7-11 Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 28, 8-15
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense.» Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán.»
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: «Digan así: "Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos." Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo.»
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Que la primera palabra del Resucitado sea “Alégrense” debiese ser muy significativo para nuestra fe: antes de todo y de nada, debemos alegrarnos. Un auténtico creyente es alegre y vive lo que le corresponde –bueno o malo- “contento, Señor, contento”, como nuestro Padre Hurtado, aún en medio de su grave enfermedad.
La fuente de su alegría, y la nuestra, nos la explica Pedro en la primera lectura: «A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él… y todos nosotros somos testigos.»
En el “Todos nosotros” debemos sentirnos incluidos. Porque si nuestra gratitud no está enferma, también somos testigos de que el Resucitado está “siempre presente a nuestro lado”, como dice el salmista. Y la tarea de un testigo es anunciar lo que ha visto y oído “para que nuestra alegría sea completa” (cf. 1 Jn 1, 1-4; Hech 4, 20).
Nuestro corazón se alegra, Señor; se regocijan nuestras entrañas y todo nuestro ser descansa seguro: porque no nos entregarás a la Muerte. Por todas tus gracias y dones, gracias, Señor.
Paz, Amor y Alegría para tu día y tu vida.
Miguel.
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