11 de abril de 2012
Miércoles de la Octava de la Pascua
Lecturas de hoy:
Hechos 3, 1-10 / Salmo Sal 104, 1-4. 6-9 Alegrénse, los que buscan al Señor.
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 13-35
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?»
Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»
«¿Qué cosa?», les preguntó.
Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.»
Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.»
El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!»
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.
MEDITACION
En las lecturas de hoy nos encontramos con dos parejas, ambas en camino, ambas conformadas por discípulos del Señor, pero al menos en el inicio de ambas narraciones con una gran diferencia entre ellas: en el evangelio hay dos desencantados, regresando derrotados y desilusionados; en cambio, en la primera lectura el par se adivina pleno de esperanza y alegres en camino al lugar de oración.
Los de Emaús llegarían a vencer su triste estado cuando hayan tenido el encuentro directo con el Resucitado. El mismo que da fundamento a la actitud de Pedro y Juan.
Y el fruto de esa vivencia es semejante: salir de la comodidad y del egoísmo para servir: los apóstoles dan “todo lo que tienen” al mendigo. Los peregrinos olvidan el cansancio y retornan a la comunidad para comunicarle la Buena Noticia.
Nuestra Iglesia nos regala cada Domingo hacer la misma experiencia de Cleofás y su acompañante: llegamos al lugar de la celebración comunitaria con todas nuestras inquietudes y preocupaciones. Entonces, el Señor nos habla en las Escrituras; después, cuando le acogemos en el corazón, parte el pan para nosotros y nos alimenta la fe. Después de eso, somos invitados a ir a proclamar con nuestra vida su Resurrección.
Pero también, en el camino al templo podemos encontrar a muchos mendicantes que no saciarán sus necesidades con “plata ni oro”, sino con el mismo espíritu de Jesús que habita en nosotros y nos impulsa a darlo en solidaridad y fraternidad, los que producen milagros de sanación. Se puede hacer realidad así las palabras del Salmo: “¡Gloríense en su santo Nombre, alégrense los que buscan al Señor”.
Señor, sabemos que por los caminos de nuestra vida siempre encontraremos “paralíticos del alma” que mirarán nuestras manos. Enséñanos a tenerlas llenas de lo que precisen. Pero sobre todo danos la bendición de que, alimentados por el pan que hace arder nuestro corazón, sepamos darte a ti mismo, porque eres el alimento que, sin excepción, todos necesitamos.
Paz, Amor y Alegría para tu día y tu vida.
Miguel.
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