20 de abril de 2012
Viernes de la Segunda Semana de Pascua
Lecturas de hoy:
Hechos 5, 34-42 / Salmo Sal 26, 1. 4. 13-14 El Señor es mi luz y mi salvación.
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 1-15
Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?» El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan.»
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»
Jesús le respondió: «Háganlos sentar.»
Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada.»
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo.»
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
Palabra del Señor.
MEDITACION
El Señor iluminó al doctor de la ley para que razonara con sabiduría con respecto a la Iglesia primitiva: “si lo que ellos intentan hacer viene de los hombres, se destruirá por sí mismo, pero si verdaderamente viene de Dios, ustedes no podrán destruirlos y correrán el riesgo de embarcarse en una lucha contra Dios”, encontramos en la primera lectura.
También lo hizo con la gente de la época de Jesús al reconocerlo en sus signos diciendo: “Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo”.
Los cristianos que peregrinamos por la tierra dos milenios después de estos hechos, somos parte de los que, gracias a un don de Dios, el Señor bendijo con aquella Palabra: “Felices los que creen sin haber visto” (Jn 20, 29). Creemos en Jesús, como “Mesías e Hijo del Dios vivo” (Mt 16, 16), lo aceptamos como “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28) y tenemos la convicción de que la Eucaristía, de la que es símbolo la escena retratada en el evangelio de hoy, es la forma de “comer su carne y beber su sangre para tener Vida en nosotros” (Jn 6, 53). Pero nuestra fe no es irracional.
La experiencia acumulada en los caminos de fe que ha recorrido la humanidad, además de la personal (muy especialmente celebrada en este período pascual) nos permiten afirmar que hemos sido testigos de mucho más que la multiplicación de los panes y, por cierto, también de que la actuación de los discípulos y su prédica ha demostrado provenir de Dios. Es decir, nuestra esperanza en que nada nos debe hacer temer, porque “El Señor es mi luz y mi salvación” y que “contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes” (salmo) está fundada en una racionalidad suficientemente sólida (cf. 1 Pe 3, 15).
Señor Jesús, que en su momento viste la necesidad de tu pueblo y lo saciaste, pon tu misericordia en nuestra necesidad de alimentar nuestra fe, para saber dar razón de nuestra esperanza, a la vez de estar atentos y disponibles a ofrecer los “denarios” que tu gracia nos ha otorgado compartiéndolos, a imagen de tu compasión por las carencias humanas. Por amor a nuestros hermanos y como respuesta al amor que tú nos has tenido.
Paz, Amor y Alegría para tu día y tu vida.
Miguel.
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