14 de noviembre de 2012
Miércoles de la Trigésima Segunda
Semana Durante el Año
Lecturas:
Tito 3, 1-7
/ Salmo 22, 1-6 El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 17, 11-19
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba
a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al
encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle:
«¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!»
Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a
presentarse a los sacerdotes.» Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado,
volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el
rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron
purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar
gracias a Dios, sino este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha
salvado.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
El gran Apóstol sintetiza la acción de
Dios en nosotros de la siguiente manera: «cuando
se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no
por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su
misericordia, él nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos
por el Espíritu Santo. Y derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por
medio de Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su
gracia, seamos en esperanza herederos de la Vida eterna» (1L).
¿No es como para arrojarse «a los pies de Jesús con el rostro en
tierra» y llorar de agradecimiento?
Pero si además hemos tenido la
experiencia (o, más bien, nos hemos dado cuenta de la experiencia) de que «El Señor es mi pastor, nada me puede faltar
[…] repara mis fuerzas […] porque tú estás conmigo. Tu bondad y tu gracia me
acompañan a lo largo de mi vida» (Sal), es como para volver
atrás «alabando a Dios en voz alta».
Pero recordemos, una vez más, que Dios
no necesita nuestro agradecimiento, sí necesita (es una forma de decir) que
estemos «siempre dispuestos para
cualquier obra buena» (1L), de amor y servicio a nuestros
hermanos, que son sus hijos.
Esperamos escuchar de ti también «Levántate, tu fe te ha salvado»,
en el momento de manifestar nuestro agradecimiento por las grandes obras que
haces en nosotros, mediante la compasión activa por los dolores de nuestros
hermanos. Gracias, Señor.
Entregando de
nuestras carencias toda la Paz, Amor y Alegría que requieran los hermanos,
Miguel.
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