PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
11 de noviembre de 2012
Trigésimo Segundo Domingo Durante
el Año
Lecturas:
I Reyes 17,
8-16 / Salmo 145, 6-10 ¡Alaba
al Señor, alma mía! / Hebreos 9, 24-28
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 12, 38-44
Jesús enseñaba a la multitud:
«Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas
vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las
sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer
largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad».
Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la
gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda
de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
Entonces Él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta
pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de
lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo
lo que tenía para vivir».
Palabra del Señor.
MEDITACION
Si recordamos el evangelio del Domingo
anterior, el escriba le dice a Jesús que «amarlo (a Dios) con todo el corazón,
con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí
mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios» (Mc 12,33) a lo que el Señor le señala «Tú no estás lejos del Reino de Dios» (Mc 12,34).
Es que el Reino que viene a proclamar y
a inaugurar el Maestro tiene en el centro –además de tener como fuente y como
cima- el Amor. Por lo que los holocaustos y sacrificios de su tiempo –los ritos
y devociones del nuestro-, sólo cobran sentido cuando se realizan motivados por
el amor.
Como ocurre con la viuda del texto de
hoy, que al depositar su limosna «dio todo lo que poseía, todo lo que
tenía para vivir», amor que, en el caso de la otra
viuda se traduce en poner la confianza en que, pese a estar en la escasez
extrema, puede compartir lo que le queda con el profeta, porque le anunció en
nombre de «el Señor, el Dios de Israel:
El tarro de harina no se agotará ni el frasco de aceite se vaciará» (1L).
Y la palabra se cumplió. Porque «El Señor
mantiene su fidelidad para siempre» (Sal). Y espera algo
semejante de nuestra parte hacia Él, tomando en cuenta, que además, y como si
fuera poco, su Hijo entró al cielo «para
presentarse delante de Dios en favor nuestro» (2L).
Pero recordando que, como no necesita nada de nosotros (o no sería Dios), Él espera
que ese amor agradecido lo volquemos a nuestros hermanos, su hijos,
especialmente aquellos más pobres y necesitados, con quienes se identifica (cf Mt 25,37-40).
En nuestra época se nos llama a
contribuir con el mantenimiento de nuestra Iglesia, con el 1% de nuestros
ingresos, también existe la colecta en las Misas y alguna otra actividad para
las imaginables amplias necesidades de ella, incluyendo el servicio que se
presta gratuitamente a los menos favorecidos, para cumplir con el mandato
recibido del mismo Cristo. Es justo y
necesario hacer nuestro aporte para esto. Pero, como en todo lo referente a las
enseñanzas del Nazareno, la actitud es lo importante. Por eso, es potente que
nos ponga como ejemplo a la viuda (una de las categorías más pobres de su
sociedad) que «de su indigencia, dio todo
lo que poseía, todo lo que tenía para vivir». Porque la “indigencia” es el estado de quien
no tiene siquiera lo necesario para vivir. Y eso poco lo dio, con fe y amor.
Porque nadie es tan pobre que no pueda dar. Los ricos, aquel día, se ganaron
sólo el aplauso de los hombres, no el de Jesús, que, como siempre, se pone al
lado de «los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el Reino de
los Cielos» (Mc 5,3).
Pobres, como somos, Señor, fortalece
nuestra generosidad, ayúdanos a ganarle a nuestro egoísmo, para ser tus manos
que dan, tu abrazo que acoge, tu palabra que conforta, cada día de nuestra
vida. Amén.
Entregando de
nuestras carencias toda la Paz, Amor y Alegría que requieran los hermanos,
Miguel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario