1 de junio de 2012
Viernes de la Octava Semana del
Tiempo Común
Lecturas de
hoy:
I Pedro 4, 7-13 / Salmo 95, 10-13 El
Señor viene a gobernar la tierra
EVANGELIO
+ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 11,
11-26
Jesús llegó a Jerusalén y fue al Templo; y después de
observarlo todo, como ya era tarde, salió con los Doce hacia Betania.
Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió
hambre. Al divisar de lejos una higuera cubierta de hojas, se acercó para ver
si encontraba algún fruto, pero no había más que hojas; porque no era la época
de los higos. Dirigiéndose a la higuera, le dijo: «Que nadie más coma de tus
frutos.» Y sus discípulos lo oyeron.
Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el Templo y
comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los
cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y prohibió que
transportaran cargas por el Templo. Y les enseñaba: «¿Acaso no está escrito: Mi
Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han
convertido en una cueva de ladrones.»
Cuando se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas,
buscaban la forma de matarlo, porque le tenían miedo, ya que todo el pueblo
estaba maravillado de su enseñanza.
Al caer la tarde, Jesús y sus discípulos salieron de la
ciudad. A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron que la higuera se
había secado de raíz. Pedro, acordándose, dijo a Jesús: «Maestro, la higuera
que has maldecido se ha secado.»
Jesús le respondió: «Tengan fe en Dios. Porque yo les
aseguro que si alguien dice a esta montaña: "Retírate de ahí y arrójate al
mar", sin vacilar en su interior, sino creyendo que sucederá lo que dice,
lo conseguirá. Por eso les digo: Cuando pidan algo en la oración, crean que ya
lo tienen y lo conseguirán.
Y cuando ustedes se pongan de pie para orar, si tienen algo
en contra de alguien, perdónenlo, y el Padre que está en el cielo les perdonará
también sus faltas.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
El texto del evangelio de hoy trae un relato que
suele llamar la atención por lo extraño de la situación, que la hace difícil de
comprender: Jesús maldice a una inocente higuera por no tener frutos en una
temporada que no correspondía tenerlos. Como es Palabra de Dios, merece que lo
revisemos con cuidado.
La higuera en la Biblia es un símbolo del pueblo de Israel (cf. Os 9,10; Is 28,4; Jr 24,1-10; Miq 7,1). Esto porque era el árbol más fértil conocido, cualidad muy valorada en
esas tierras desérticas. El pueblo elegido de Dios era (o debía ser) la planta
más productiva de la humanidad. Conocido esto, queda claro que la maldición es,
por lo tanto, en realidad una condena al pueblo de Israel. Pero no a todo, sino
a una parte de él. El detalle de la narración nos ayudará a discernir a quiénes
se refiere.
Primero, «
Jesús llegó a Jerusalén y fue al Templo; y después de observarlo todo » se
dirige a Betania, pueblo cercano a Jerusalén, al día siguiente, Jesús siente
hambre y, al no encontrar frutos, maldice la higuera; posteriormente se
encamina nuevamente al Templo, donde se enojó con los sacerdotes y escribas,
reprochándoles que habían convertido la casa de Dios “en una cueva de
ladrones”; al día siguiente vuelve a pasar junto a la higuera y comprueba que
se ha secado.
Los signos que utiliza Marcos para componer la
historia nos permiten comprender que la higuera maldita, sin frutos, en
realidad representa a la forma de relacionarse con Dios, con sus instituciones
religiosas, sus ritos y sus autoridades (cf. Lc 11, 38-48), todo lo que representa
el Templo de Jerusalén, la “casa de su Padre” (cf. Jn 2, 15-17). El hambre de Jesús era
un signo de sus ansias por ver buenos frutos en una institución que había perdido
el sentido para el cual fue creada (cf. Rom 7, 4-5; Lc 19, 41-44; Mt 27, 51).
Aplicando a nosotros este texto, reconozcamos que
habitualmente sentimos que estamos en la Iglesia correcta, confiamos en que lo hacemos
bien y, más aún, estamos seguros que Dios está con nosotros… Debemos
preguntarnos si así como actuamos, si los frutos que damos, son los mismos que
espera el Señor de nosotros. En otras palabras, si hemos oído las palabras de
Pedro en la primera lectura: « Pongan al servicio de los
demás los dones que han recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia
de Dios », porque ya sabemos que es muy fácil decir
“Señor, Señor” en el vacío (cf. Mt 7,
21-23). El Señor exige más, y « juzgará a los pueblos con
rectitud (…) gobernará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad » (Sal).
Señor, siempre nos llamas a tener fe en tu Padre. Tú
sabes que tenemos fe, pero necesitamos que nos la aumentes, de manera que
nuestros frutos sean cada vez más propios de los que esperas de discípulos
tuyos. Amén.
Con el impulso
del Espíritu Santo, manifestación de la
Paz, el Amor y la
Alegría,
Miguel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario