18 de abril de 2012
Miércoles de la Segunda Semana de Pascua
Lecturas de hoy:
Hechos 5, 17-26 / Salmo Sal 33, 2-3 El pobre invocó al Señor, y él lo escuchó.
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 16-21
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.
Palabra del Señor.
MEDITACION
El increíble celo apostólico de los primeros cristianos aparece retratado en la lectura de los Hechos de hoy. Nos asombrarnos de la fuerza, el poder y el entusiasmo que despertó y ha despertado durante la historia en muchos el ser testigos del amor sin medidas de Dios. Tan grande “que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna”.
Con ese concepto, correctamente, entendemos la eternidad junto al Creador después de nuestro paso por la tierra, si Él en su misericordia lo decide así. Pero debemos darle también un sentido permanente, si tomamos en cuenta afirmaciones como “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida, y ustedes saben que ningún homicida posee la Vida eterna” (1 Juan 3, 14-15), donde claramente no se habla hacia el futuro, sino señalando actitudes actuales y el verbo está en presente.
La idea es no caer en la tentación de quedarnos de brazos cruzados esperando el “premio” final, sino trabajar (amando, que es la forma fructífera de “creer en el Hijo”) para tener “vida en abundancia” (Jn 10, 10) –que sería como una imagen sinónima-. Porque si hay algo que debemos aprender del paso humano del Señor por nuestra historia, es que la vida vale la pena (o mejor dicho: vale la inmensa alegría) si se vive amando y sirviendo. De hecho, ese tipo de existencia fue el que Dios confirmó con su resurrección (cf. Rom 1, 4. 24), como diciéndonos: “así quiero que vivan, así debe vivir un hijo mío”.
Sintámonos interpelados por el envío: “Vayan al Templo y anuncien al pueblo todo lo que se refiere a esta nueva Vida”. Al templo físico y al templo espiritual que es el Pueblo de Dios. Y anunciemos esta nueva Vida con la forma de amar, de servir, de estar atentos a los dolores y necesidades de los demás hijos de nuestro Padre común.
Nuestra alma se gloría en ti, Señor: que lo oigan los humildes y se alegren. Porque tu Santo Espíritu nos impulsa a amar como tú amas, en especial a ellos. ¡Gustemos y veamos qué bueno es el Señor! ¡Felices los que en él se refugian!
Paz, Amor y Alegría para tu día y tu vida.
Miguel.
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