El primer Domingo de Adviento, nuestra Eucaristía fue presidida por el hermano sacerdote Andrés Labbé, quien al comienzo de su homilía señaló que Adviento es el tiempo de la esperanza, una de las realidades que nos da más alegría y en el que se nos invita a estar atentos a lo definitivo, lo que requiere una mirada profunda que nos permita descubrir que hemos sido hechos para cosas más importantes que las que ocupan gran parte de nuestro tiempo. Por eso, hay que estar prevenidos.
Indicó que la primera lectura (Isaías 63,16b-17.19b.64,2b-7) es una queja pesimista del profeta (“Nos hemos convertido en una cosa impura, toda nuestra justicia es como un trapo sucio”), pero al final reconoce que somos como arcilla en manos del alfarero, como pidiendo: “háznos de nuevo; trabaja esta arcilla mal hecha”.
La pregunta es, entonces, ¿cómo estar prevenidos?. Es tomando en serio lo que es verdaderamente importante. Por ejemplo, si la Misa es importante, participar conscientemente de ella y hacer nuestras las oraciones y palabras de ella.
Y también significa que lo que yo espero va a condicionar lo que vivo hoy. Es decir, la espera de la venida de Cristo es alegría, pero salen predicciones del fin del mundo y nos morimos de susto, mientras que el Nuevo Testamento nos habla de ese acontecimiento como un día bello. En prevención de éste actúo hoy de tal manera que tiene que ver con eso que espero.
Esa espera, por tanto, hace que muchas cosas hoy importantes que hago ya no lo sean tanto. ¿Para qué uso mis bienes?, por ejemplo: lo que sirve de ellos es haberlos compartido.
Concluyó diciendo que con nuestra vida de hoy “nos estamos haciendo” y eso tendrá repercusiones en el momento final. El llamado es a estar prevenidos para la vuelta de Jesús, cuando regrese a su casa. Nos preparamos como si estuviésemos esperando la venida definitiva, tomando en serio lo que vale y lo que no vale.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.
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