La fiesta de la Ascensión del Señor la celebramos con la Eucaristía presidida por el padre Julián, quien, al momento de la homilía, planteó que este acontecimiento tiene que ver con Jesús, por cierto, pero también con los discípulos y, a través de ellos, con todos nosotros. Y esto, porque se nos encarga una misión, así que no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando su segunda venida.
Con las palabras de Cristo en el Evangelio (Mateo 28,16-20), les refuerza lo que ya intuían: es Jesús de Nazareth, pero también es el Hijo de Dios. Esto trae 2 implicancias: tiene poder para darles la misión que les encomienda; y es la confirmación de que todo lo que hizo era lo que Dios quería que realizara en el mundo.
Como que les quiere decir “yo ahora me pongo en segundo plano para que puedan actuar en mi nombre, haciendo lo que yo he hecho”.
Nos podríamos preguntar ¿quiénes somos nosotros para lograr empresa tan grande? Es un encargo para valientes, pero no debemos preocuparnos, porque si nos falta valentía, vendrá el Espíritu Santo a reforzarnos.
Los discípulos vuelven alegres, confiados en la cercanía del Señor y contando con sus promesas acerca de estar con nosotros hasta el fin del mundo y enviarnos su fuerza, por lo que nuestra autoestima debiese crecer y así proclamar aquello de lo que somos testigos.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.
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