22 de noviembre de 2012
Jueves de la Trigésima Tercera
Semana Durante el Año
Lecturas:
Apocalipsis 5, 1-10
/ Salmo 149, 1-6. 9 Has hecho de nosotros un Reino sacerdotal
para nuestro Dios.
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 19, 41-44
Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso
a llorar por ella, diciendo: «¡Si tú también hubieras comprendido en este día
el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos.
Vendrán días desastrosos para ti, en que tus
enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas
partes. Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán
en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que
fuiste visitada por Dios.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Ayer meditábamos acerca de la gloria
divina de Jesús; hoy, la lectura del evangelio nos vuelve a recordar que esta
moneda tiene dos caras profundamente unidas. Y esta segunda imagen del mismo
Señor es su absoluta y esencial humanidad.
Como sabemos, por sus propias palabras
-«el Padre y yo somos una sola cosa» (Jn 10,30)- , Él es completamente Dios, y, sin embargo, se hizo a la vez
completamente humano (sólo Dios puede hacer algo así, «porque no hay nada
imposible para Dios» (Lc 1,37)).
Pues bien, en su faceta terrenal vivió
las condiciones que cada uno de nosotros conoce, pero desde la función del
servidor, como una forma potente de demostrar que «el Señor tiene predilección por su pueblo y corona con el triunfo a
los humildes» (Sal). Triunfo que se certifica en el sacrificio de la
propia existencia, debido a que «por
medio de tu Sangre, has rescatado para Dios a hombres de todas las familias,
lenguas, pueblos y naciones» (1L). Sin embargo, un
dolor lo aqueja: «no has sabido reconocer el tiempo en que
fuiste visitada por Dios»…
¿Será así en tu caso?
Con tu paso por nuestros caminos, por
medio de tu ejemplo y siendo constantemente motivados por ti, «has hecho de nosotros un Reino sacerdotal
para nuestro Dios», convirtiéndonos en puentes entre los hombres y el
Padre. Por esa confianza infinita en nosotros, gracias, Señor; por los errores
que cometemos en esa misión, perdón, Señor; para que seamos capaces de esto,
concédenos lo que nos falta, Señor.
Preparándonos
para la instauración definitiva del Reino de Paz, Amor y Alegría,
Miguel.
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