Este 3er Domingo durante el año, nuestra liturgia la presidió el ministro Miguel.
Al momento de comentar el Evangelio (Mateo 4,12-23) preguntó lo que había tocado el corazón de los textos proclamados.
Una hermana sintió que se le aclaraba la relación con el Bautista, al entender que la misión de Jesús comenzaba después de que él sufriera su ejecución; otra entiende que el Señor quiere que no esperemos que sean otros los que realicen las diferentes labores, sino estar disponibles también para los distintos servicios de la Iglesia; también se destaca la disponibilidad de los discípulos para seguir inmediatamente el llamado del Señor; un hermano hizo la unión entre el Evangelio y la primera lectura (Isaías 8, 23. 9,1-3), diciendo que la luz revelada es la misma Buena Noticia, el Señor mismo; otra hermana nos invitó a preguntarnos qué hacemos personalmente para que el Reino se haga realidad.
Después de eso, el ministro planteó que el centro del evangelio y de la vida de Jesús es el anuncio del Reino, recordando algunas parábolas que usó el Señor para ayudar a comprender su realidad, diciendo que su favorita es la de la semilla que trabaja silenciosamente bajo la tierra para llegar a florecer de una manera grande, debido a que cuando trabajamos por el Reino muchas veces podemos llegar a sentir la desazón de no ver resultados pronto, pero la semilla de la Palabra va germinando de una manera secreta y misteriosa y sin saber cómo ni cuándo, dará brotes en el corazón de las personas y nada que podamos hacer acelerará ese proceso natural.
A continuación se refirió a la segunda lectura (I Corintios 1, 10-13.17), especialmente en lo que se refiere a la controversia entre los que preferían a un Apóstol sobre otro, preguntándose si acaso “Cristo estaba dividido”. Entonces, nos dijo que muchos vamos detrás de los servidores del Señor, olvidando que es a Él a quien hay que seguir, sin importar el nombre o el cargo de la persona que lo represente en un momento dado, ya que Él es el Reino que ha llegado y al que debemos convertirnos para acogerlo. Concluyó invitándonos a que como un gesto concreto de conversión y para manifestar la unión que el Apóstol nos pide, nos hagamos el hábito de sólo hablar bien de los demás y si no teníamos nada bueno que decir, preferir el silencio. Eso nos diferenciará de cualquier otra institución humana y nos ayudará a “ser uno”, requisito necesario, dice el Señor, “para que el mundo crea” en Él.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.
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