Hoy, nuestra Eucaristía la presidió el padre Julián.
Recordando que celebramos a Cristo Rey, nos hizo notar que esa palabra hace pensar en personas alejadas de la realidad de las personas comunes con un estilo de vida extravagante y esa imagen no calza con la que el Evangelio presenta sobre el reinado de Jesús. De hecho, nos llamó la atención sobre su actitud cuando, después de la multiplicación de los panes, la gente quiso proclamarlo rey: se escondió, porque no era el tipo de reinado que Su Padre esperaba de él. Es más, a sus discípulos les hizo ver que si alguien quería destacarse sobre los demás, debía ser por su actitud de servicio.
La escena del Evangelio de hoy (Lc 23, 35-43) va en esa misma línea: Jesús ha sido flagelado, ultrajado, por lo que no tiene pinta de rey, sin embargo a Pilato le había confirmado que sí era rey, agregando que, sin embargo, no era un rey como los de este mundo. Más aún, en este pasaje de Lucas, su actitud es: mientras uno de sus compañeros de suplicio le insulta, él guarda silencio (buen ejemplo para nuestra higiene mental, según el padre: cerrar los oídos a palabras ociosas o necias); en cambio, ante la disposición a reconocerlo como capaz de cambiar toda su vida de errores del otro ladrón, literalmente, hasta el último suspiro, Jesús ejerce su realeza perdonando.
En vez de la prepotencia, este Rey sabe escuchar; en vez del autoritarismo, este Rey propone. De hecho no impone, sino que nos propone salvarnos.
Terminó el padre Julián invitándonos a aprender de Cristo Rey que si queremos destacar, lucirnos, ser los primeros, que nos hagamos servidores de los demás.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.
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